Ya Hipócrates cinco siglos antes de Cristo se opuso a una práctica entonces existente "A nadie daré aunque me lo pida un remedio mortal, ni tomare la iniciativa de proponer una cosa así" (juramento hipocrático). No hay nada progresista en la eutanasia. Es muy antigua. El Darwinismo social (eugenesia, depurar la raza, selección de los más capacitados, vidas humanas no dignas de ser vividas) es de hace un siglo y tuvo especial auge en la Alemania nazi (donde abundó especialmente la eutanasia).
En Holanda una paciente con un cáncer de mama y metástasis pidió explícitamente que no se le aplicase la eutanasia. Una semana después se le aplicó sin su consentimiento, porque en palabras del médico “Podría haber tardado aún una semana mas en morir. Yo simplemente necesitaba su cama” (Hendin H). Más de 1000 eutanasias al año son involuntarias en Holanda. La eutanasia es atractiva para ahorrar dinero al sistema sanitario público: “Una medida que sería más coste-efectiva que no hacer nada es terminar activamente la vida de un paciente”. Al menos un analista de políticas sanitarias ha propuesto esta estrategia de reducción del gasto.
Se profundiza poco en la petición de ayuda para morir. Detrás de esa petición suele haber una solicitud de afecto, apoyo psicológico y cuidados paliativos por parte del paciente y no una petición real de que le maten. El deseo de morir está frecuentemente asociado a una depresión u otro trastorno afectivo. Hay evidencias que concluyen el 90% de los que se suicidaron tenían algún trastorno mental subyacente; tratando el trastorno psiquiátrico, desaparece el deseo de morir, aplicando la eutanasia, se acaba esa posibilidad. Más aún, la invocada “autonomía” es relativa por la labilidad psíquica del enfermo terminal.
¿Por qué los médicos que hacen eutanasias suelen poner obstáculos a que se les haga la autopsia a sus pacientes?
El proceso de Kevorkian (que sigue en prisión) ha permitido conocer que las autopsias revelan que el 75% de los asesinados por el Dr. Muerte no eran pacientes terminales (Roscoe LA, et al. N Engl J Med). La decisión de hacer la eutanasia se apoya en un diagnóstico y un pronóstico. Ni los diagnósticos ni los pronósticos médicos son infalibles, la eutanasia en cambio es irreversible. Hacer eutanasias es un medio violento de solucionar el problema de la enfermedad, por lo que distorsiona la finalidad curativa de la medicina. Destruye la medicina, ya que destruye su propio objeto que es el enfermo. No hay vidas sin valor. Si el médico no defiende esta afirmación, está destruyendo su propia profesión.
La investigación para mejorar el pronóstico de los enfermos terminales no tendría sentido si la eutanasia se aceptase:
¿cómo se valorarían algunos casos ahora machaconamente aireados si dentro de 15 años viésemos que Christopher Reeves (“Superman”) está curado porque se ha descubierto una solución para los tetrapléjicos?
La legalización del hecho de matar a un paciente ejerce un papel desastroso sobre la sociedad y acabaría provocando una indefensión aún mayor de los más débiles (véase el éxodo de pacientes geriátricos que huyen del sistema sanitario holandés). Peor efecto de la legalización es su peligrosa influencia sobre la conciencia de los ciudadanos. En la práctica no sería posible limitar los casos en los que se puede aplicar la eutanasia, ya que se entra en una pendiente resbaladiza donde es imposible delimitar lo voluntario de lo involuntario. Más difícil es demostrarlo cuando la víctima ha muerto.
La eutanasia sería el sustituto de una intervención racional terapéutica, psicológica y social. La eutanasia no cumple su teórica misión, los eutanasiados no se liberan de la angustia ante la muerte. Si en algo hemos avanzado a pasos gigantes desde la época de los nazis es en las unidades del dolor, la terapia analgésica y el tratamiento antidepresivo. Resulta anacrónico hablar hoy día de sufrimiento intratable. La eutanasia no es necesaria.
Tomado de www.unav.es/preventiva
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